
Tanto la película como la obra teatral en la que se basa disparan con bala no sólo a la clase política sino, por extensión, a la condición humana; ningún personaje de los muchos que pueblan la historia es digno de la empatía del espectador. En este sentido, estamos ante un filme claramente amargo y pesimista que, no obstante, presenta una elegancia formal en su bien llevado clasicismo que lo hace plenamente disfrutable.
Los juegos de poder y las intrigas nos conducen a un desenlace brillante. Por el camino, grandes duelos interpretativos (impresionante el careo final entre Clooney y Gosling) y la constatación de la madurez de George Clooney como cineasta completo.
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